BOLÍVAR Y LA ADOPCIÓN DE NIÑOS: EL HOGAR “MI CASITA” COMO GENERADOR DE NUEVAS OPORTUNIDADES

En Bolívar, el hogar “Mi Casita” es el único espacio habilitado para alojar a niños y niñas que atraviesan procesos de adoptabilidad. Allí trabaja Magdalena Núñez, trabajadora social, quien desde hace siete años acompaña historias marcadas por el desarraigo, la espera y la reconstrucción de vínculos. Conversó con QUÉ PASA EN BOLÍVAR acerca de una temática que no siempre está puesta en los primeros planos.

— Hablemos un poco de adopción. ¿Está más naturalizada hoy? ¿Es más fácil tratar el tema?
— Sí, me parece que hay mucha más información. Es un tema del que se habla en todos los medios, permanentemente salen historias en internet o en la tele, y creo que está más en lo cotidiano de cualquier persona, tanto de los grandes como de los chicos.

— ¿Cómo notás que incide esto en los chicos? No sólo en quienes esperan una familia o han sido adoptados, sino también en su entorno. Antes, por ejemplo, ser adoptado podía ser motivo de bullying.
— Sí, tal cual. Hoy eso ha evolucionado muchísimo. Me parece que todos los nuevos derechos de los niños, que gracias a la ESI se ven en las escuelas desde pequeños, hacen que estas cuestiones estén mucho más naturalizadas y sean más respetadas. Ya no son motivo de burla como antes.

— ¿Cómo es trabajar con chicos que están esperando una familia, como en el hogar “Mi Casita”? El hogar es la única institución de Bolívar que puede tener chicos en situación de adoptabilidad…
—Lo que se hace primero es aplicar una medida de abrigo para todos los niños y niñas que entran en el sistema de protección. Se trabaja con el grupo familiar para que puedan regresar con sus referentes afectivos. Si no es madre o padre, puede ser un tío, abuelo, o alguien de la comunidad. Siempre, la última instancia es la adoptabilidad.

— ¿Y cómo viven ese proceso los niños?
— Es un proceso, porque en realidad muchas veces no está el deseo de ellos de ser adoptados. Te diría que, en nuestros casos, el 99% quiere volver con su grupo familiar. Entonces, es un proceso largo: primero tienen que hacer el duelo por ese vínculo que se corta, y después se puede empezar a instaurar la idea de una nueva familia.

— ¿La adopción está pensada como un derecho del niño o como una solución para adultos que no pueden tener hijos?
— La adopción está pensada para brindar a los niños una familia, para garantizar su derecho a vivir en familia. En Argentina, a veces se ve al revés, como una forma de dar hijos a adultos que no pueden tenerlos. Pero el eje debe estar en el derecho de los niños.

— ¿Los plazos del proceso están definidos o dependen de cada caso?
— La medida de abrigo dura seis meses. Ese es el tiempo que se tiene para trabajar con los referentes familiares. Si no se logran los objetivos, se pide el estado de adoptabilidad, pero eso lo define un juez. Muchas veces, los tiempos se extienden porque las familias apelan, y todo se judicializa.

— Además, seis meses puede ser poco tiempo para que una familia pueda generar las condiciones necesarias, ¿no?
— Exactamente. Hay cuestiones estructurales que requieren mucho más tiempo. No siempre se trata de falta de deseo, sino de que realmente hay personas que no pueden cuidar y garantizar los derechos de sus hijos.

— ¿Se toma en cuenta también el factor económico para declarar a un niño en situación de adoptabilidad?
— No. La nueva ley de promoción y protección de los derechos del niño establece claramente que nunca puede ser un motivo la falta de recursos económicos. Si ese fuera el motivo, el Estado debe garantizar que esos recursos estén. Los motivos por los cuales un niño puede ser separado de su familia son, principalmente, negligencia, situaciones de violencia o de abuso.

— Desde lo personal y profesional, ¿cómo viven esos momentos ustedes como equipo cuando una familia queda en condiciones de desprenderse de un hijo, incluso sin quererlo?
— Hemos vivido muchas situaciones diferentes. Yo hace siete años que trabajo acá y cada caso es particular. A veces, realmente se nota que no hay deseo de maternar o paternar, y eso es más sencillo de abordar. Pero otras veces, el deseo sí está, aunque no pueden hacerlo. Esas situaciones son muy conflictivas, tanto para el equipo como para el hogar y, sobre todo, para los niños.

— ¿Cómo transitan los chicos esas situaciones? ¿Se los mantiene al margen o se los involucra en el proceso?
— Por supuesto que ellos transitan su paso por el hogar, muchas veces con angustia, sobre todo por la incertidumbre de lo que va a pasar. No saben si van a volver con su familia, y la mayoría desea eso. Entonces están expectantes. Y cuando el tiempo pasa y ven que sus padres no responden como deberían, eso genera mucha tristeza.

— ¿Cómo es comunicarle a un niño que está en condiciones de adoptabilidad y que no podrá volver con su familia?
— Es un proceso. No es que un día uno le dice: “no te ves más con tu familia y entrás en estado de adoptabilidad”. Se va trabajando con ellos de manera constante, acorde a la edad y a lo que puedan entender. Se conversa con ellos, se acompaña ese entendimiento.La mayoría tiene su espacio terapéutico. Las psicólogas son quienes comienzan a instaurar esa idea de la adoptabilidad, de otra familia con los cuidados necesarios. También se trabaja para que puedan problematizar lo que sucedía en su grupo familiar. Eso lleva mucho tiempo y depende de la edad. En un niño pequeño, por ejemplo, es más difícil que pueda ver esas cuestiones.

— Pensé que los niños más pequeños quizás aceptaban mejor la idea de la adopción. ¿No es así?
— No, no necesariamente. Cada caso es particular, pero a los más chicos, especialmente a las nenas, siempre les cuesta más identificar que lo que vivieron no estaba bien. Les cuesta entender por qué fueron separados de sus familias.

— ¿Quién toma la decisión final de declarar a un niño en situación de adoptabilidad?
— El juez de familia. Él sigue la causa durante toda la medida de abrigo. Todas las personas que trabajamos en el hogar, el servicio local, las psicólogas, las escuelas, informamos constantemente sobre la evolución de cada caso. Todo queda registrado en el expediente.

— ¿Una vez dictada la adoptabilidad, puede haber marcha atrás?
— Generalmente no. Sí puede apelarse. Tuvimos un caso en el que la Cámara de Apelaciones no estuvo de acuerdo con el juez y se perdió mucho tiempo. Finalmente, las cuatro hermanitas de ese caso fueron declaradas adoptables, pero el proceso fue largo.

— Hace siete años que trabajás en el hogar. ¿Cuántos chicos fueron adoptados en ese tiempo?
— Desde que estoy, más o menos ocho o nueve. Antes hubo otros casos también.

— ¿Cómo son generalmente esos procesos de adopción?
— Siempre hay un período de vinculación en el que los niños y la nueva familia se van conociendo. Es importante respetar los tiempos de los chicos. Algunas familias quieren que todo suceda rápido, pero hay que ir con cautela.

— ¿Puede pasar que un niño adoptado vuelva al hogar?
— No me pasó personalmente en los casos que acompañé, pero sí ha sucedido. Por eso es tan importante respetar los tiempos de vinculación.

— Mencionaste que la mayoría de las adopciones se dan fuera de Bolívar. ¿Por qué?
— Porque en una ciudad tan chica, los niños se cruzan todo el tiempo con sus familias de origen, y eso dificulta mucho el proceso de empezar de nuevo. Por eso, es preferible que los adopte gente de afuera. De todos modos, es un cambio total: escuela nueva, compañeros nuevos, entorno distinto. Por eso tratamos de que, en lo posible, permanezcan en el mismo lugar, pero en Bolívar eso es difícil.

— ¿Cuál es la diferencia entre los niños más pequeños y los más grandes en los procesos de adopción?
— Los más chicos son los más buscados por las familias. A medida que crecen, se complica. Muchos adoptantes priorizan la edad y eso deja a chicos más grandes esperando más tiempo por una familia.

— ¿Cuál es la edad en la que se produce ese quiebre en cuanto a la demanda para adopción?
—Estuve mirando las estadísticas de este año y, aunque no tenemos actualmente niños en estado de adoptabilidad, más o menos siempre se repite lo mismo. El 80% de las familias tienen una disponibilidad adoptiva de hasta 5 años. A partir de los 10 años, solo el 1 o 2% de los postulantes están dispuestos a adoptar.

— ¿Solo uno o dos de cada cien?
— Exacto. Vos pensá que hay alrededor de 2.200 niños en estado de adoptabilidad y apenas 16 familias que estarían dispuestas a adoptar chicos mayores de 10 años. Es muy difícil. Porque además, desde que un niño ingresa al hogar, quizás con 3 o 4 años, hasta que se declara el estado de adoptabilidad, pueden pasar 2 años o más. Y ya con 6 años, sus posibilidades disminuyen drásticamente.

— Ni hablar de los adolescentes…
— Tal cual. Ahí estamos hablando de 0,1% o 0,2% de disponibilidad adoptiva. Es muy bajo. Entonces muchos adolescentes permanecen en los hogares hasta la mayoría de edad y, muchas veces, terminan volviendo a los mismos lugares de los que se los quiso proteger.

— ¿Hasta qué edad pueden permanecer en el hogar?
— Hoy ya no es una obligación irse a los 18. Con la nueva reforma, pueden quedarse mientras estudien o trabajen, pero eso depende de ellos. Igual, la mayoría no quiere quedarse. Vivir en un hogar no es gratuito, aunque uno trabaje con el mayor amor y dedicación. Compartís el espacio con otros chicos, van y vienen, hay pequeños y grandes. Es una dinámica muy intensa. Tuvimos una adolescente que estuvo seis años en el hogar. Cumplió 18 y se fue. Hicimos todo lo posible para que terminara la escuela, y volvió al mismo lugar del que se la quiso proteger.

— ¿Eso genera frustración en ustedes?
— Sí, claro. Frustración, tristeza. Aunque intentamos seguir en su vida, mantener el contacto, estar disponibles cuando necesita algo, a veces una hubiera querido otra cosa para ella.

— ¿Cómo es en el caso de que una familia de Bolívar quiera adoptar? El hogar no recibe solicitudes directamente…
— La inscripción debe hacerse sí o sí en el Juzgado de Familia del lugar donde vivís. En nuestro caso, es el de Olavarría.

— ¿Y cómo sigue ese proceso?
— Luego se hacen evaluaciones, entrevistas con un equipo técnico integrado por una psicóloga y una psiquiatra. La verdad es que el proceso es bastante ágil. El problema no está en la parte administrativa o burocrática.

— ¿Entonces por qué existe esa idea de que es tan difícil adoptar?
— Porque es difícil adoptar un bebé o un niño muy pequeño. Es una cuestión de oferta y demanda. Si hoy te anotás para adoptar a un niño de 10 años, mañana mismo estás empezando el proceso de vinculación. Ni hablar si se trata de hermanos o de niños con discapacidad.

— ¿Cómo es el tema de la discapacidad en el proceso adoptivo?
— El porcentaje es muy bajo, como pasa con los adolescentes. En las entrevistas de selección, donde nosotras participamos porque conocemos a los niños, muchas familias preguntan si el niño toma medicación psiquiátrica. Muchas veces, la medicación es solo una “curita” frente al padecimiento, no necesariamente una enfermedad de salud mental. Es importante recordar que estos chicos vienen con historias muy duras. Procesarlas no es fácil. Si uno pudiera ponerse en sus zapatos… No estás con tu familia, vivís en un hogar, por más que sea el mejor lugar posible. Y ves que tus padres, a quienes amás, no hacen lo que deberían hacer. La incertidumbre también duele mucho.

— ¿Pasa que tanto los chicos como sus familias entiendan que el paso por el hogar fue necesario?
— Muchas veces sí. Hay familias que terminan agradecidas, sobre todo cuando los chicos pueden volver con ellos. A veces necesitan ayuda. No todo el mundo tiene la capacidad de maternar o paternar adecuadamente. Muchos consideran que un golpe está bien porque así los criaron, y no pueden problematizarlo. Hay casos en los que, con el acompañamiento adecuado y espacios terapéuticos, se logra revertir la situación. Y en realidad, eso es lo que todos deseamos cuando un niño ingresa al hogar.

— Entiendo que cuando un niño ingresa al hogar, nadie está queriendo que sea adoptado, sino que pueda volver con su familia.
— Por supuesto.

— Hablemos un poco del hogar “Mi Casita”. ¿Cuánta gente trabaja allí?
— Actualmente trabajan tres cuidadoras, cada una con turnos de ocho horas, y una franquera. Además, estamos nosotras: yo como trabajadora social y mi compañera que es acompañante terapéutica y maestra especial.

— ¿Es difícil sostener un hogar de estas características hoy? ¿Hay acompañamiento estatal?
— Es muy difícil. Si bien estamos todas en blanco, con lo que corresponde según el gremio UTEDyC, los sueldos han aumentado muchísimo en relación a los ingresos del hogar.

— ¿Reciben ayuda del Estado?
— Sí. Por cada niño que ingresa, recibimos una beca de Nación, como todos los hogares conveniados del país. Se supone que cubre las necesidades del niño, aunque mucho de eso termina destinado a sueldos. Pero no alcanza.

— ¿Hay que tener algo especial para trabajar en este lugar? ¿Se necesita cierta vocación?
— Sí, sin dudas. No es para cualquiera.

— ¿Se hace el cuero más duro con el tiempo?
— No, al contrario. Hace quince años que soy trabajadora social y cada vez me afecta más. Yo quiero a todos los niños con los derechos garantizados. Me angustio, me da bronca, y eso me motiva todos los días a levantarme pensando: “Esto tiene que cambiar, lo tenemos que lograr”.  El día que te dé igual, que puedas irte a dormir sabiendo que no hiciste lo que podías haber hecho, entonces ya no tenés que trabajar en esto.

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