TRECE HINCHAS DE RACING FESTEJARON EN BOLÍVAR LA COPA SUDAMERICANA
Parece ser que para muchísima gente ha sido importantísimo destacar la cantidad (por escasa) de hinchas académicos que nos congregamos el sábado apenas pasadas las 19 en el centro de la ciudad. Entonces, fiel al estilo periodístico que me enseñaron (no el que se usa ahora), en el título va lo más importante.
Pero claro, los que resaltan eso, con pretensiones de gracia, son aquellos que media hora antes estaban comiendo la quinta factura de pastelera y no la uña del dedo gordo del pie, como nosotros. Son los que no tienen la menor idea de lo que representa ser de Racing. Porque, como bien dijo Costas, no somos la mitad más uno, no somos millonarios y no tenemos 200 copas, pero somos distintos.
Por lo general, el amor por Racing es una cuestión de herencia, de transferencia intergeneracional. Bueno, no es mi caso. Al menos hasta donde conozco mi árbol genealógico, no aparece, ni por asomo, un simpatizante académico. Pero bastó con que mi papá sea de Boca, mi mamá de River y yo un pibito con incipientes sentimientos de culpa, para que un día diga: “yo voy a ser de otro equipo”. Y pude haber sido de cualquier otro, pero esos colores bien argentinos me llevaron para el lado del bien.
Tendría 6 o 7 años cuando me hice de Racing, es decir que sería 1990 o 1991, por ahí, por lo que este es el primer título internacional que celebro. Pero nunca, ni por un segundo, ni cuando casi desaparece el club, ni cuando casi nos fuimos a la B en la Promoción contra Belgrano, se me cruzó por la cabeza prescindir del amor por este club y estos colores.
Este título me emociona, aún más, por Gustavo Costas. Porque es el pibe del sueño y porque injustamente fue bastardeado cada vez que asumió el riesgo de ser técnico de la academia, incluso por muchos hinchas de Racing que seguro hoy se hacen los giles. Es el hincha que trabaja de DT, el que, estoy seguro, les debe haber quemado la cabeza a estos jugadores, que disputaron partidos como si hubiesen nacido en el Predio Tita.
A lo mejor resulta que la alegría es sólo una cuestión colectiva, entonces sólo tienen derecho a ser felices los de Boca o los de River, que siempre son mayoría. Pero quizás es al reves, y la alegría es una cuestión divisible, y es más fuerte cuando somos menos los que estamos en condiciones de festejar.
Sea del modo que sea, ojalá que los que festejemos seamos siempre nosotros, aunque al mástil le sobre lugar por todos lados y haya muchos que lo único que puedan decir es “qué poquitos que eran”.
Felicidades a los académicos… a los otros 12 que estaban ahí conmigo, a los afortunados que se fueron a Paraguay y a los que no les pintó ir al mástil, quizás por miedo a ser pocos.